Articulos El Bebé Emocional

La época primal del ser humano -gestación, nacimiento y primera infancia- merece todo el respeto y protección puesto que es en esta época donde se escribe el futuro de las personas, que es lo mismo que decir el futuro de las sociedades y de la humanidad.

miércoles, mayo 04, 2011

Entrevista revista "Bebés y más"

¿Existe en el bebé intraútero una vivencia emocional?

Sí. El bebé intrauterino tiene grandes capacidades perceptivas y todo lo que percibe, puesto que sus mecanismos de interpretación transforman toda la información en sentimiento, se traduce en emociones. El ser humano, desde que es concebido y hasta los dos años de edad, se rige por la Percepción Emocional. A partir de los dos años se inicia el desarrollo de la Percepción Racional, que no prevalecerá hasta los 12 / 14 años de edad. Este es el hecho más importante para comprender el mundo emocional de bebés y niños y la clave para plantear cualquier tipo de relación y comunicación con ellos.

¿Existen evidencias científicas de ello?

Respecto a las capacidades perceptivas del bebé intrauterino, hay dos canales de percepción bien investigados:
1- El inherente a los órganos de los sentidos que se van desarrollando a lo largo de la gestación: vista, gusto, tacto, olfato y oído. En concreto la capacidad auditiva del bebé intrauterino se ha mostrado intensa. No solo respecto a los sonidos internos de la madre, incluida su propia voz, si no también respecto a los sonidos externos. Hay reacciones muy diferentes de un bebé intrauterino, cuando en el ambiente suena música rock o música clásica. También se ha demostrado la capacidad del bebé intrauterino de memorizar esos sonidos. Así, hay bebés que, una vez nacidos, reaccionan delante de la música de una serie de televisión que su madre seguía con asiduidad o el caso del músico que tocaba de “oído” las notas de las partituras que su madre, también músico, había interpretado cuando lo llevaba en su seno.
2- A través de la sangre materna que el bebé recibe por el cordón umbilical, que contiene sustancias como neurotransmisores u hormonas, que producen en el bebé las mismas reacciones que en la madre. Por ejemplo una de las hormonas del estrés, la adrenalina, que en la madre produce aumento del ritmo cardíaco, de la presión arterial, tensión, ansiedad, etc. produce exactamente lo mismo en el bebé. O por el contrario las endorfinas, que en la madre producen tranquilidad, bienestar, paz, etc. y que actuarán de la misma manera en el bebé.

Hay otros dos canales de percepción, que si bien no tienen la “evidencia científica”, tal como se interpreta en su significado más académico, gozan de la suficiente evidencia experimental y vivencial, para hacer indiscutibles su validez:

3- Percepción que permite al bebé conectar con lo que piensa, lo que siente, su madre. Canal denominado “Percepción Extrasensorial” porque está fuera de los canales de percepción que otorgan los órganos de los sentidos o la fisiología. También podríamos llamarlo, desde la visión de las diferentes energías que conforman el cuerpo humano “Percepción Energética” ya que es capaz de percibir las energías de pensamientos y sentimientos de su madre e interactuar con ellos.
4- El más sutil de los canales, el de la “Percepción Espiritual”, basado en la visión transcendental del ser humano. El bebé, como Ser de Luz, en tránsito por la experiencia de la materia, en conexión con el Ser Interior de su madre. Un sentir más allá del tiempo y del espacio, expresado en el ahora.

¿Las emociones del bebé no nacido tendrán influencia en su vida futura?

En las últimas décadas se ha ido situando cada vez más atrás en el tiempo, el momento del inicio del desarrollo psicológico. Hasta hoy, en que tanto las investigaciones en neurología como en psicología, llevan a la conclusión de que el desarrollo psicológico se inicia desde el mismo momento de la concepción. Sobre una base genética, heredada de los padres, que supone una “tendencia” conductual específica a cada individuo y del desarrollo fisiológico particular en cada individuo, las experiencias vividas moldean el cerebro. El cerebro es influido directamente por las experiencias a causa de la denominada “plasticidad neuronal”, por la que directamente se modifican las estructuras cerebrales, dejando huellas profundas e imperecederas en su arquitectura.
En un momento en que, literalmente, el cerebro se está construyendo en sus cimientos - como es en la gestación, nacimiento y primera infancia-, es fácil deducir la importancia que tienen las experiencias tempranas en la formación del carácter y la personalidad.
En el centro ARA de psicología, junto a la psicóloga Ángela Suárez, hemos tenido la fortuna de trabajar durante años con una psicoterapia regresiva para adultos, en que, entre otras cosas, se lleva a la persona a vivenciar –ver y sentir- hechos acontecidos dentro de su madre, naciendo y en su primera infancia. Esto nos ha permitido tener, de viva voz y en directo, lo que puede gratificar o dañar a un bebé o a un niño en su desarrollo psicológico en esas épocas de su vida. A través de la base teórica que sustenta esta psicoterapia, pero especialmente a través de nuestra experiencia clínica, podemos afirmar que en la gestación, nacimiento y primera infancia se encuentran las raíces de lo que de adultos nos gratifica o por lo contrario nos altera, enferma o desarmoniza.
¿Cómo puede la mujer embarazada comunicarse con su bebé?

De hecho, haga lo que haga la madre, con los canales de percepción del bebé que hemos comentado, siempre va a haber comunicación entre ambos. Esto nos da la medida de lo importante que es el estado emocional de la madre, de sus pensamientos, de sus sentimientos hacia su bebé. Podemos decir que si la madre está triste, su bebé también lo estará. Si la madre está feliz, así estará su bebé.
La madre puede comunicarse con su bebé de forma consciente hablándole, cantándole, mentalmente a través de sus pensamientos, con el tacto poniendo sus manos en el vientre. La relajación y visualización es una potente herramienta de comunicación entre madre y bebé y viceversa (el bebé también es capaz de comunicarse con su madre). Hace años se me ocurrió que, si a través de una relajación, la madre gestante se situaba en ritmos cerebrales Theta (conllevan el estado de percepción emocional), sería como mover el dial de una radio hasta sintonizarla con su bebé. Lo puse en práctica con madres gestantes y la realidad desbordó mis expectativas. En estado de relajación la madre gestante entraba en una comunicación total con su bebé, que permitía transmitirle con toda la intensidad emocional, la alegría por ser su primer hogar y el amor que sentía por él. Unido a diversas visualizaciones, la situación se convertía en una experiencia de una gran carga emocional. Mi gran sorpresa fue comprobar que no solo la madre se comunicaba con su bebé, si no que también este lo hacía con su madre, mental y emocionalmente. Como curiosidad, algunas madres “percibieron” el nombre con el que sus bebés querían ser llamados.

¿Cual es el papel ideal del padre durante el embarazo?

El papel del padre tiene dos vertientes. Por un lado, sabiendo la importancia del estado emocional de la madre, que el bebé percibe, debe procurar que su pareja se sienta apoyada, comprendida, mimada, en una palabra, amada. Por otro lado, conociendo las grandes capacidades perceptivas del bebé intrauterino, en concreto las auditivas, el padre puede iniciar el vínculo afectivo hablando a su hijo sobre el vientre de la madre, acariciándolo, enviándole sus mejores pensamientos de amor y cariño. Se han hecho experimentos en que se demuestra que el bebé, una vez nacido, reconoce la voz de su padre entre la de otros hombres y se calma más en sus brazos que en los de otro. Para el hombre supone una nueva forma de implicarse en la vivencia paternal, desde la concepción de su hijo.

¿Y en los primeros años de vida de un niño?

Continuar en la dirección de que su pareja se sienta completamente amada (su estado emocional sigue siendo fundamental respecto al estado emocional de su bebé), aquí se incluye el respeto a las pautas de crianza que la madre adopte (como la lactancia, el colecho, la atención del llanto) Respecto a su hijo, vivir una paternidad intensa. Besarlo, abrazarle, bañarlo, cuidarlo, jugar con él, dedicarle tiempo de calidad. En los primeros años se asientan los lazos afectivos y las formas de comunicación.

¿Qué siente un bebé cuando nace?

En el momento de nacer, el bebé es un ser humano completo, con la particularidad de su Percepción Emocional. Es decir, capaz de percibir todo lo que sucede y de transformarlo en sentimientos, en emociones. El bebé ha estado nueve meses en el paraíso, flotando en el líquido amniótico, percibiendo el amor de su madre, protegido y alimentado sin ningún esfuerzo. De repente, es “expulsado”, a través de un oscuro y estrecho camino a un mundo exterior y desconocido. Tanto la vivencia del proceso de nacimiento como la forma en que es acogido al nacer, dejarán una profunda huella en su psique. Una huella que incluye la percepción del mundo al que surge, un mundo agradable, pacífico, acogedor, afectivo, amoroso o, por el contrario, un mundo desagradable, violento, agresivo, doloroso. Una percepción que nos acompañará el resto de nuestras vidas.

¿Cómo debería ser el nacimiento ideal de los bebés?

El nacimiento es una experiencia emocional intensa, tanto para la madre como para el bebé. Lo que siente la madre lo siente el bebé y por lo tanto nos podríamos preguntar en primer lugar, cuál es la mejor forma de afrontar el parto para que suponga una vivencia emocional gratificante para la madre, y por resonancia para su bebé. Aquí hay suficientes evidencias científicas, para afirmar que el mejor parto es el que el Dr. Michel Odent denomina “parto mamífero”, que podríamos definir que es el que no tiene intervenciones externas y deja que sean los propios cuerpos de la madre y del bebé lo lleven a buen término. Dejar actuar lo que él describe como “cóctel de hormonas”. Sus experiencias e investigaciones demuestran, que un parto sin intervenciones, permite vivencias emocionales positivas, incluso placenteras (aunque en nuestra cultura sea hoy en día tan difícil aceptar la relación parto y placer).
En segundo lugar deberíamos preguntarnos cuál es la mejor forma de recibir al bebé en su nacimiento. Es muy importante no cortar el cordón umbilical antes de que deje de latir. El bebé, en el momento del nacimiento, tiene las vías respiratorias llenas de líquido amniótico y el oxígeno que necesita para vivir le llega a través del cordón umbilical. Cortarlo antes de que el bebé pueda respirar por sí mismo es llevarle a la asfixia. Lo que debe hacerse es colocar inmediatamente al bebé en el pecho de la madre y esperar que el cordón umbilical deje de latir por sí mismo (la naturaleza es sabia y esto sucede en cuanto el bebé puede respirar por sí mismo). Es fundamental que el bebé recién nacido y en las horas posteriores, permanezca junto a su madre sin ser separado de ella. Colocar al bebé recién nacido junto a su madre provoca la segregación final del cóctel de hormonas, como la oxitocina (hormona del amor, relacionada con el placer y el apego), endorfinas (morfina endógena) y prolactina (previene hemorragias, promueve el desprendimiento de la placenta y pone en marcha los mecanismos de la lactancia).
Actualmente se sabe que un parto natural, mamífero, no intervencionista, es la forma más segura y más saludable de experimentar un nacimiento, tanto para la madre como para el bebé, tanto a nivel físico como psicológico.
En las pocas ocasiones en que un nacimiento respetado, mamífero, presente dificultades que pongan en riesgo la salud de madre y bebé (dificultades usuales en los partos intervencionistas), disponemos de una fantástica medicina que soluciona el problema. Bienvenidas las cesáreas “necesáreas” puesto que salvan vidas de bebés o madres. Rechacemos la cesáreas “innecesarias” que ponen en riesgo innecesario a madres y bebés.

¿Qué es la etapa primal?

La etapa primal se refiere a la época primera o primaria en el ser humano, incluyendo la gestación y nacimiento. En cuanto a su término hay diferentes opiniones. Bajo mi punto de vista la época primal debería considerarse, como mínimo, hasta los 2 años de edad. Hasta esa edad la percepción es puramente emocional y es entonces, en la época preverbal, cuando se inicia la conquista de la Percepción Racional, que durará hasta la pubertad. La etapa primal es el período donde se construye nuestra forma de ser más profunda, nuestros mecanismos psicológicos más íntimos, nuestro carácter, que nos acompañará el resto de nuestra vida.

¿Se puede afirmar que hay trastornos afectivos y psicológicos que provienen de la etapa primal?

Todos aceptamos que cualquier alteración en el increíble proceso de multiplicación celular, que convierte la unión de un óvulo y un espermatozoide en el cuerpo de un bebé al nacer, o cualquier problema de salud en el nacimiento o en la primera infancia, puede tener consecuencias, más o menos graves, en el resto de su vida. Pues igual sucede con el desarrollo psicológico, que se inicia en el momento de la concepción. En la etapa primal el bebé y el niño pueden tener experiencias emocionales negativas, traumáticas, que, grabadas en su inconsciente, marquen su carácter el resto de su vida. Hoy podemos afirmar que, en la historia de cada persona, los hechos acontecidos en su gestación, nacimiento e infancia, serán más importantes para ella, que lo que le pueda acontecer el resto de su vida.

¿Qué es el alimento afectivo y en que puede perjudicar su limitación?

El concepto “alimento afectivo” lo utilizo en contraposición al alimento nutriente. A nadie se le ocurriría dejar que un bebé o un niño pasen hambre. Necesitan proteínas, hidratos de carbono, grasas, minerales, vitaminas, etc., para que su cuerpo crezca y se desarrolle adecuadamente. De la misma manera, para el desarrollo psicológico armónico, equilibrado, el bebé y el niño necesitan de alimento afectivo: protección, afecto, cariño, amor. A nadie se le debería ocurrir dejar que un bebé o un niño no se sientan intensamente amados. Insisto, igual de importante el alimento nutriente como el alimento afectivo para su salud integral. Para otorgar alimento afectivo a bebés y niños tenemos efectivas herramientas:

• La lactancia: Es indiscutible que la leche materna es el mejor alimento para el bebé, tanto a nivel nutriente, como inmunológico y como afectivo. La lactancia ofrecida a demanda y prolongada en el tiempo, aporta al bebé y niño seguridad y afecto.
• La atención del llanto: Un bebé (igual que un niño o un adulto) utiliza el llanto como forma de expresión de sufrimiento, ya sea éste físico o emocional, ya sea por hechos actuales o pasados (por ejemplo, el estrés emocional del nacimiento puede necesitar tiempo para disolverse), o como expresión de una necesidad. Negar atención al bebé que llora es negarle su identidad, destruir su confianza, bloquear su expresión emocional, iniciarle en la sumisión y, en suma, provocarle un sufrimiento innecesario con consecuencias presentes y futuras.
• El colecho: El ritmo de sueño en los bebés no es un aprendizaje (igual que no lo es respirar o hacer la digestión), sino una progresiva adaptación natural en su proceso de desarrollo. Lo más común es que el bebé se despierte cada dos o tres horas a lo largo de la noche, ya sea por hambre, por molestias o por necesidad de sentirse acompañado. El colecho, junto a la lactancia, facilita satisfacer estas demandas. Le otorga al bebé una gran seguridad y confianza, le hace sentirse atendido y protegido.
• El contacto físico: El cuerpo del bebé recién nacido está diseñado para tener en el regazo materno todo cuanto necesita para sobrevivir y para sentirse bien: alimento, calor, apego. Mucho antes de que un niño pueda comprender las palabras comprende el tacto.

¿Daña a un bebé dormir solo o que no lo tomemos en brazos cuando lo pide o cuando llora?

Cada bebé y cada niño son diferentes y necesitarán y expresarán necesidades diferentes. Ahora bien, el llanto del bebé es siempre una expresión de que necesita algo. Si tiene frío o calor tomaremos las medidas necesarias para resolverlo; si tiene hambre, le daremos de comer; si está enfermo, le daremos medicinas; entonces, ¿porqué si lo que necesita es nuestro afecto, nuestros brazos, nuestras caricias, no lo hacemos? En nuestra cultura se han fijado ideas sin sentido: “No lo cojas que se acostumbrará”, “Es muy listo, te toma el pelo. No cedas a sus lloros”, “Si lo metes a dormir en tú cama se acostumbrará y no lo sacarás nunca”, “Si le das teta a demanda o más allá de unos meses, se enviciará y tendrás un problema”, etc., etc. El bebé actúa siempre por necesidades (no por manipulación o malicia como los adultos) y no satisfacer esas necesidades crea incerteza e inseguridad en él. Los bebés que han sido alimentados afectivamente sin carencias, en sus primeros años y en contra de lo que usualmente se afirma, crecen más seguros, se abren con confianza a las nuevas experiencias, se adaptan mejor a sus nuevos retos y acaban siendo independientes mucho antes. Hay una fórmula infalible: carencia = dependencia. Cuanto más ha sufrido un bebé la falta de alimento afectivo, más dependiente se hace de su entorno afectivo, porque no ha conseguido sentirse confiado y seguro en recibir lo que realmente necesita.
Los niños que han sido atendidos en el llanto sus primeros años de vida, no necesitan después pedir las cosas con más llantos y rabietas. Utilizarán el lenguaje puesto que saben que sus padres les escuchan y atienden sus necesidades básicas y aceptarán que se les nieguen otras que no lo son o que son perjudiciales para él. Hablamos de escuchar y aceptar lo que nuestros hijos nos expresen, no de permitir que hagan lo que quieran. Hablamos de libertad de sentir y no de libertad de hacer.

¿Qué efecto tienen los castigos físicos y los no físicos en la integridad emocional de un niño?

El castigo, aparentemente puede ser efectivo, pero sólo en su inmediatez. El castigo rompe la comunicación, impide el aprendizaje, es un acto autoritario, muchas veces desproporcionado e injusto (sobre todo para el que lo padece) que envía un mensaje de rechazo y de juicio negativo sin más. Para resolver conflictos con los niños hay que partir de que “siempre que un niño mantiene conductas, puntual o reiteradamente exageradas, hay una emoción detrás que hay que descubrir, acompañar y enseñarle a gestionar”. Mejor que el castigo es mostrar “consecuencias” de los actos o conductas, que sean dañinos para el propio niño, para los demás o para las cosas. El niño debe saber dónde están los límites en su conducta y actos, pero no por miedo al castigo, si no por la comprensión del daño que produce y de las consecuencias que sobre él tendrá.

¿Podemos romper con la crianza violenta?

Sí, tomando conciencia de nuestra propia violencia, generalmente oculta en nuestro interior, producto de alguna carencia o sufrimiento emocional de nuestra propia infancia. Los bebés y niños, con toda la potencia de su mundo emocional, nos enfrentan a nuestras propias emociones, sacando lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Pueden ser auténticos Maestros que nos permitan reconocer nuestras debilidades y superarlas.
Por otro lado, si nuestros hijos reciben una crianza llena de alimento afectivo, crecen con un profundo sentimiento de ser amados, difícilmente practicarán una crianza diferente o violenta cuando llegue el momento en que les toque ser padres. El futuro se escribe ahora.

¿De dónde salen las ideas de que hay que limitar la lactancia y el contacto físico con los niños?

Del desconocimiento de las necesidades emocionales de bebés y niños, de su forma de ser y sentir. Estas ideas surgen de una postura dominante hacia los niños, que deben ser obedientes y adoctrinados en lo que el adulto necesita. Afortunadamente la humanidad ha evolucionado mucho hacia los Derechos Humanos, los Derechos de la mujer y el antiracismo, pero aún hay mucho que hacer sobre los Derechos de los niños, que en muchas ocasiones se tratan como seres inferiores.

¿Qué daño hace el seguir esas pautas antinaturales?

Sólo hay que observar cómo está el Mundo y las personas que lo habitamos. Quien más y quien menos todo estamos un poco desequilibrados. Como sabemos que en la época primal se construyen los cimientos de lo que el niño será de adulto, es fácil deducir que el daño producido en esa época va a tener consecuencias en el resto de la vida de la persona. La capacidad de amar, la autoestima, la empatía, la tolerancia, las capacidades sociales, tienen su origen en esa época. Por lo tanto en la medida en que consigamos que un bebé, un niño, se sienta amado, así se amará a sí mismo, a los demás, al Mundo y al Universo entero. Quien hace que un bebé, un niño, se sienta amado, siembra amor para el futuro.

¿La independencia y la seguridad en uno mismo, nacen del apego o de la autonomía forzada?

Nacen de la autoestima. Es decir de la convicción de que soy digno de que me amen –importo y tengo valor porque existo- y de que soy valioso -puedo manejarme a mi mismo y manejar lo que me rodea con eficiencia. Sé que tengo algo que ofrecer a los demás-. La autoestima se consigue si el bebé y el niño se sienten amados (una cosa es amar a otra persona, y otra conseguir que ella lo sienta así). Sólo la seguridad y confianza en uno mismo, una elevada autoestima, permite la independencia, entendida como la capacidad para afrentar por uno mismo las situaciones y experiencias de la vida. (Aunque sería mejor hablar de inter-dependencia, puesto que el ser humano es un ser social).

¿Cómo resistir a un entorno que exige la separación temprana y la limitación del contacto con los bebés?

Pues la verdad es que cansa tener que estar escuchando continuamente juicios negativos, que lo único que hacen es mostrar una gran ignorancia de las necesidades emocionales de bebés y de niños. Por suerte, además de la propia intuición materna y paterna, hay suficientes evidencias científicas, para quien las quiera escuchar, que demuestran la importancia del alimento afectivo en el desarrollo neurológico y psicológico del ser humano. El colecho, la lactancia materna, la atención del llanto y el contacto físico, ya no son cosa de cuatro sensibileros que se exceden en los cuidados de sus hijos, si no la forma de conseguir que los bebés y niños tengan las máximas posibilidades de desarrollar su Ser, ser felices y realizarse como seres humanos.
Cada vez hay más asociaciones de madres y padres (como las valiosas Asociaciones de Lactancia materna) que sirven para afianzar la confianza en la crianza respetuosa con las necesidades de bebés y niños. Cada vez hay más información experimental y científica que certifican los beneficios de esta relación con ellos.

¿Está nuestra sociedad enferma de falta de amor?

Yo diría que el amor es una semilla que llevamos todos dentro y que lo que nos enferma como individuos y como sociedad es nuestra incapacidad de reconocerlo y nuestra incapacidad de gestionarlo. Esta incapacidad se crea en la época primal, donde las carencias o sufrimientos emocionales crean desequilibrios emocionales y construyen barreras que impiden la fluidez de su expresión. La sociedad es reflejo de los individuos y el gran reto actual es conseguir una gestación, nacimiento, crianza y educación, que permita tener adultos con altos niveles de autoestima, inteligentes emocionalmente y socialmente. Esto sólo se puede conseguir, y lo repetiría hasta la saciedad, haciendo que los bebés y niños se sientan amados.

Enrique Blay

Comunicación Madre-Bebé en la gestación

¿Puede una madre gestante comunicarse con su bebé intrauterino? ¿Qué canales de comunicación lo posibilitan? ¿Qué podemos hacer para que esa comunicación sea beneficiosa para él? ¿Cómo influye en el bebé el estado emocional de su madre?
Las respuestas a estas preguntas nos permiten actuar, de forma consciente y efectiva, en el desarrollo psicoemocional de nuestro hijo, que es tanto como decir que podemos influir en su felicidad actual y futura.
Empecemos por el principio, cuando después de una maratón de más de 400 millones de participantes, que son esos espermatozoides luchando por llegar a su meta, se fecunda un óvulo, iniciándose una increíble multiplicación celular, un auténtico milagro de la vida, que dará lugar finalmente a un complejo cuerpo a punto de nacer.
Aparentemente sólo son células que crecen y se multiplican, pero las investigaciones científicas demuestran algo que nos ha de hacer replantear esa idea. Toda célula, como ser vivo que es, interactúa con el medio que le rodea y queda afectada por su entorno. En el caso de nuestro bebé estamos hablando de las células más complejas que existen, en un momento además crítico, como es de su creación y desarrollo.
Desde el momento que el óvulo fecundado se adhiere a la pared del útero va a empezar a nutrirse de la sangre de la madre. En ese flujo sanguíneo viajan nutrientes pero también viajan hormonas, neurotransmisores y polipéptidos que permiten se establezca una comunicación de ida y vuelta con regiones muy alejadas del cuerpo, incluido el cuerpo en formación del bebé. Son estas moléculas mensajeras las que hacen posible, a nivel fisiológico, que las madres embarazadas se comuniquen tan íntimamente con sus hijos no nacidos, a través de la sangre que el bebé recibe por el cordón umbilical, que contiene estas sustancias. Por medio de las variaciones y oscilaciones de sus niveles se comunican las emociones. Por ejemplo, si la madre está estresada generará hormonas del estrés, como la adrenalina, que el bebé recibirá a través del torrente sanguíneo, generándole los mismos síntomas que a su madre: aumento del ritmo cardíaco, de la presión sanguínea, tensión, ansiedad, malestar general. Por el contrario, si la madre está tranquila, relajada, generará endorfinas, que producirán el mismo efecto en su bebé, es decir, bienestar general. En resumen, si la madre se siente feliz, su bebé también.

La comunicación madre-bebé intrauterino es natural e inevitable, tanto a nivel fisiológico como mental. Nuestros estados emocionales positivos y nuestros pensamientos amorosos son los mejores mensajes para la feliciad del bebé y su desarrollo psicoemocional en armonía.

Al final del primer trimestre, el bebé ha desarrollado todos los sistemas principales y virtualmente es un organismo que funciona, lo cual significa que al final del tercer mes, está plenamente formado; sus brazos, piernas, ojos, orejas y corazón y vasos sanguíneos han adquirido, en miniatura, la forma que tendrán a lo largo de toda su vida. Y, lo que es aún más decisivo, en ese período aparecen las primeras señales discernibles de actividad cerebral. Han sido detectadas ondas cerebrales incluso en la quinta semana. Lo mismo se aplica a los movimientos corporales, que se inician en esta época. Los primeros revuelos –en general primeros cambios de posición- son discernibles ya en la octava semana, aunque el movimiento activo no suele comenzar hasta la décima o undécima. A continuación, el niño domina de prisa una sucesión de movimientos complejos y cada vez más individuales; se han fotografiado bebés intrauterinos mientras se rascaban la nariz, se chupaban el pulgar, alzaban la cabeza y se estiraban. Puesto que el bebé de diez u once semanas no sólo se mueve, sino que también lo hace con un propósito, los débiles trazos del electroencéfalograma –ondas cerebrales- del segundo y tercer mes son indicativos de una actividad mental significativa.
David Chamberlain en su libro “La mente del bebé recién nacido”, apunta las investigaciones del Dr. Candace Pert, de Sydney, que descubrió espesos grupos de receptores de neuropéptidos en el tronco encefálico de las personas, tantos que de hecho Pert cree que esto hace que el tronco encefálico forme parte del sistema límbico, la parte del cerebro implicada principalmente en las emociones y en la memoria. Como resulta que el tronco encefálico es una de las partes del cerebro que crece primero, este descubrimiento apoya la existencia de la memoria en el primer trimestre del embarazo.
De toda la información sonora que nos impacta durante el embarazo, habrá una que destaca por sus condiciones únicas e intransferibles: la voz de la madre. La voz materna nos llega de una forma especial, desde fuera y por dentro. El niño no nacido oye la voz de su madre constantemente, está bañado en ella. Las primeras experiencias de los sonidos en el útero pueden tener un efecto estimulante o desalentador en el deseo del bebé de escuchar y comunicarse, que perdurarán después del nacimiento. En casos extremos en que el útero es una caja de ruidos, un bebé puede desear huir de ella. Si la voz de la madre es siempre estridente, enojada y alarmante, es posible que su hijo aprenda a temerla. Si por el contrario tatarea, canta, y le habla dulcemente, el bebé se sentirá tranquilo, feliz. Como la capacidad auditiva del bebé alcanza el entorno exterior de la madre, los padres también deben hacerlo por la misma razón, hablando, cantando sobre el vientre de la madre. De esta forma también se inicia el vínculo afectivo padre-hijo, que le permite a él implicarse en la vivencia emocional del embarazo de su pareja y al bebé sentir el afecto de su papá, al que reconocerá nada más nacer, escuchando su voz.

Comunicarse conscientemente con el bebé intrauterino es muy sencillo. Basta pensar en él, hablarle directamente, sintiendo nuestra alegría por su presencia y el amor que le procesamos. Podemos servirnos también de la relajación y visualización, como valiosas herramientas de apoyo.

Para la psicóloga Angela Suárez y para mi mismo, que el bebé intrauterino, desde el mismo momento de la concepción, es influenciable por el estado emocional de la madre quedando sus experiencias gravadas en su memoria más profunda, es algo incuestionable. Lo hemos podido comprobar a través del trabajo clínico con la “Terapia de Reintegración Psico-Emocional”. Esta, es una psicoterapia que entre otras cosas lleva a la vivenciación –ver y sentir-, de hechos acontecidos en la propia gestación, nacimiento e infancia del paciente. Así hemos tenido, de viva voz y en directo, los relatos de lo que un bebé siente dentro de su madre, naciendo o en sus primeros años de infancia. Se ha hecho evidente que en éstas épocas se construyen los cimientos de nuestra forma de ser más profunda. Las raíces de lo que de adulto nos gratificará o por el contrario nos alterará, enfermará o desarmonizará.
Cuando hablo de “experiencias” del bebé intrauterino, me refiero principalmente a las resultantes de la comunicación emocional con su madre, con quién mantiene una simbiosis total. Una simbiosis que permite que todo lo que piense y sienta su madre sea percibido por él, afectando directamente a la formación de su psique. Las nuevas investigaciones revelan que toda experiencia temprana afecta a la arquitectura del cerebro, quedando registradas en sus circuitos. Que la madre tenga pensamientos amorosos hacia su bebé, que le hable suave y cariñosamente, que acaricie su vientre transmitiéndole su afecto, se convierten al instante en procesos neurohormonales que transforman el cuerpo y configuran el cerebro del pequeño.
Nuestro primer hogar es el vientre materno. Nuestras primeras percepciones de un hogar cálido y amoroso nos acompañarán para siempre, constituirán una base sólida sobre la que crecer y desarrollarnos como seres humanos en armonía. De nuestra madre recibimos, a través del cordón umbilical, el oxígeno y los nutrientes necesarios para la vida. De sus pensamientos y sentimientos recibimos la semilla del amor, lista para germinar en cuanto nazcamos y estemos en sus brazos.

Enrique Blay
Dpdo. en Psicología del Desarrollo

lunes, abril 28, 2008

EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL

EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL

Lo usual al hablar de inteligencia es hacerlo refiriéndose a las capacidades de lógica, razonamiento, análisis, etc. que se miden a través del coeficiente intelectual (CI). Este tipo de inteligencia está relacionada con la percepción racional, que diferencia al ser humano del resto de las especies. Es el logro del proceso evolutivo, plasmado en el característico neocórtex de nuestro cerebro. Sin embargo, hay otros tipos de inteligencia, como la visual-espacial, musical, artístico-creativa, lingüística, etc.

Incluso el CI no es algo fijo e invariable, ni siquiera en la misma persona. Se sabe que el CI puede variar considerablemente según diversos factores, entre los que se encuentra el estado emocional de la persona. Al fin y al cabo el CI no es más que un puntaje que mide en un momento dado la capacidades del sujeto para el manejo de abstracciones mentales (palabras, números, conceptos). Lo que no nos dice del sujeto son sus capacidades de motivación, imaginación, liderazgo, creatividad, ni el talento artístico.

Haríamos bien, padres y educadores, en preocuparnos más por la felicidad de nuestros hijos, por su autoestima y sentimiento de ser amados. No hay que menospreciar el CI, pero desde luego, un CI elevado no garantiza buen rendimiento o motivación. Podemos decir que no es cuestión de cuánto es de inteligente un niño, sino de qué hace con lo que tiene. La autoestima, la autoconfianza, permite al niño dar lo mejor de sí mismo. Por el contrario, carencias y conflictos emocionales pueden llevar al fracaso al más inteligente de los niños.

Un CI elevado no es garantía de felicidad y éxito. El ingrediente indispensable para ello es un alto nivel de inteligencia emocional. La inteligencia emocional la podríamos definir como la capacidad para reconocer, expresar y gestionar las propias emociones, superar las adversidades, escoger tú propia vida y relacionarse en armonía con los demás. ¡Casi nada!

Es necesario desarrollar en los niños una serie de habilidades de la Inteligencia Emocional que no guardan relación con las destrezas escolares, intelectuales o abstractas, sino que forman parte de las capacidades de conocimiento y control adecuados de las propias emociones, y el conocimiento empático de las que expresan las personas con quienes vivimos.

En la sociedad de hoy en día, y más aún en la de mañana, el camino del éxito pasa por la confianza en uno mismo, por la autonomía y la soltura relacional. Las aptitudes para comunicarse y el dominio de las emociones son ahora al menos tan importantes como las cualidades técnicas. Para triunfar en la vida personal o en la profesional, la inteligencia del corazón es más fundamental que nunca. Alimentar el coeficiente intelectual de los niños es insuficiente. Debemos preocuparnos de su coeficiente emocional. Además, numerosas dificultades intelectuales y escolares tienen su origen en bloqueos emocionales.

Comportamientos violentos, dependencias relacionales, o debidas a la televisión, a las drogas, a los medicamentos, son otros tantos intentos de control de emociones que no se pueden administrar. Estos síntomas arraigan durante la infancia. Ocultan carencias, heridas relacionales, fracasos de comunicación.

La timidez, el menosprecio de uno mismo o, por el contrario, la supervaloración, son los resultados de una historia. Sentimientos heridos, intenciones mal entendidas, comportamientos mal interpretados. Las ocasiones de sufrimiento son numerosas en las relaciones niño-adulto.

Se empieza a educar con inteligencia emocional desde la misma gestación. Los bebés y niños aprenden de la personas que tienen un papel importante en su vida y por lo tanto es una gran oportunidad y una gran responsabilidad la que tenemos para con ellos. De nosotros depende su felicidad actual y futura. De nosotros depende que su inteligencia emocional florezca y les permita realizarse plenamente como seres humanos. Somos espejos donde los niños se miran continuamente y de lo que vean dependerá su autovaloración, su autoestima y su sentimiento de ser amado.

El bebé, el niño, es una semilla que en sí misma contiene todos los ingredientes necesarios para ser feliz y desarrollarse con armonía.

Somos los adultos los especialistas en impedirlo.

Enrique Blay

Dpdo. en Psicología del Desarrollo

www.ara-terapia.com

domingo, noviembre 11, 2007

EL INICIO DEL COLE

Más tarde o más temprano las familias hemos de afrontar la escolarización de nuestros hijos. Hoy en día es habitual, en nuestra sociedad, que se inicie tempranamente en las guarderías, con pocos meses desde el nacimiento. Todo un reto en sus vidas.

En los bebés y niños prevalece la percepción emocional. Plenamente desde la concepción y hasta los dos años de edad. A partir de esa edad se inicia (¡Ojo!, se inicia), la conquista de la percepción racional, que no prevalecerá hasta los doce / catorce años. La percepción emocional, como su nombre indica, es emoción pura, lo que siento aquí y ahora; lo contrario de la percepción racional, que es análisis, lógica, pensamiento racional. Así pues, la forma de percepción de bebés y niños es opuesta a la de los adultos, por lo que para entenderse, una de las dos partes se ha de situar al nivel del otro, y para los bebés y niños es imposible hacerlo. Por lo tanto, o los adultos "nos elevamos" a su plano emocional o aquí no hay quién se entienda y una u otra parte, o ambos (los padres o los niños) saldrán perjudicados.

“El inicio de la guardería o del colegio es una experiencia de una gran carga emocional para nuestros hijos. Comprender y acompañar sus emociones, les permite afrontar sus nuevos retos”

Hay algo que debemos asumir: el inicio de la guardería o del colegio es una experiencia de una gran carga emocional para nuestros hijos (más intensa cuanto más pequeños son). Asumirlo representa la posibilidad de procurar que esa experiencia sea la mejor posible para ellos. Se piensa que esta experiencia, por muy traumática que sea, es una cuestión temporal a la que el niño se acostumbrará sin más consecuencias. Acostumbrarse sí que se acostumbrará (qué remedio le queda), pero dependiendo de cómo la haga, ese proceso puede traer consecuencias a corto y a largo plazo en su desarrollo psicológico. Hoy en día existe la evidencia de que toda experiencia temprana en las épocas críticas de ese desarrollo (gestación, nacimiento y primera infancia) afecta la arquitectura del cerebro. Dejan huellas profundas en nuestra forma de ser y de sentir que moldean nuestro desarrollo psicoemocional posterior y nos afectan el resto de nuestras vidas. Está en nuestras manos conseguir que el inicio de la experiencia escolar para nuestros hijos sea la mejor posible. Para ello es fundamental ponerse en “la piel” de bebés y niños, comprender la manera en que procesan esa experiencia, lo que sienten al enfrentarse a ella.

La prueba de la intensa experiencia emocional que supone para bebés y niños el inicio del “cole”, es la respuesta conductual que muestran ante ella. Muchas madres constatan que sus hijos, desde el inicio de la guardería, lloran más, duermen peor, demandan más lactancia, muestran más apego, etc. O desde que inician el colegio o acceden a un nuevo centro, se muestran más inquietos, más irritables –se enfadan, cogen rabietas o se muestran agresivos-; o por el contrario sumidos en sí mismos, ausentes o poco comunicativos; exigen más atención, etc. Todos estos cambios en su conducta son una expresión del estrés –físico y emocional- que padecen ante este cúmulo de nuevas experiencias (separación del entorno familiar; niños, cuidadores y profesores desconocidos; ambientes nuevos, etc.).

¿Qué podemos hacer madres y padres para ayudar a nuestros hijos en esta experiencia tan importante para ellos? De entrada escoger una guardería o colegio acorde a una crianza y educación respetuosa. Respetuosa con sus necesidades emocionales; con la individualidad de cada bebé o niño; con cada etapa de su desarrollo. Respetuosa con los deseos de madres y padres en esta línea. Para facilitar la adaptación del bebé o niño a la guardería, podemos establecer un ritmo de adaptación, empezando con cortos períodos, con la presencia materna o paterna, e ir alargándolos paulatinamente, según la reacción de nuestro hijo.

“En la elección de la guardería o colegio hemos de considerar su línea educativa, que priorice el desarrollo emocional, que comprenda y respete el “sentir” de cada bebé o niño”.


Una vez han iniciado la guardería o colegio, hemos de estar muy atentos a las conductas que muestran nuestros hijos. Responder a sus cambios conductuales con escucha emocional, con empatía hacia lo que sienten, con sensibilidad, paciencia y mucha afectividad.

La “Escucha Emocional” es la herramienta más útil y efectiva para tratar los conflictos emocionales de bebés y niños. Al bebé y al niño sus emociones le “estallan” en su interior. Aún no saben comprenderlas, controlarlas y gestionarlas. Es indispensable que madres y padres permitamos sus expresiones emocionales, las acompañemos y les mostremos cómo afrontarlas. No podemos ignorarlas, ni negativizarlas (“no hay para tanto”, “ya se te pasará”, “bueno, no te preocupes vamos a jugar”, “te pones insoportable”, “deja de llorar, no te va a servir de nada”, etc.), y mucho menos castigarlos (“vete sólo a tú cuarto hasta que se te pase”, “si no dejas de estar enfadado no iremos al parque”, etc.), y jamás pegarles (ni siquiera bajo la absurda idea de que “una torta de vez en cuando les va bien”).

En el caso de bebés, que aún no hablan, no hay que olvidar nunca, que siempre que lloran es por que tienen una necesidad inmediata. El llanto es su único medio de expresarla. Si tiene hambre, le daremos de comer. Si tiene el pañal sucio, se lo cambiaremos; o si tiene frío o calor lo solucionaremos; si le duele algo o está enfermo le llevaremos al pediatra. De igual manera, el bebé llora para expresar necesidades emocionales que necesitan ser satisfechas. Sus necesidades emocionales son tan importantes como sus necesidades físicas.

“Siempre que un bebé llora, expresa una necesidad –física o emocional- que hay que satisfacer sin dilación”

“Siempre que un niño mantiene conductas, puntual o reiteradamente exageradas, hay una emoción detrás que hay que descubrir, acompañar y enseñarle a gestionar”


Cuando los niños crecen, a partir de los dos años van adquiriendo capacidad de expresión a través del lenguaje, pero aún están muy lejos de poder utilizar las palabras para explicar sus sentimientos. Debemos “leerlos” detrás de sus comportamientos y actitudes. Toda expresión emocional tiene un significado, una intención. Las descargas emocionales son un medio de liberarse de las consecuencias de experiencias dolorosas. Si un niño coge una rabieta, su cólera será el síntoma de alguna emoción que le altera. A lo mejor le angustia ir al “cole”, a lo mejor se ha peleado con otro niño o le han reñido, a lo mejor está muy cansado, a lo mejor hecha de menos a su papá, a lo mejor siente celos de su hermanito, a lo mejor… Para él, nuestras reacciones tienen más significado que nuestras palabras. Escuchar, acoger y otorgar validez a los sentimientos de nuestros hijos significa ayudarles a construirse como personas, como individuos emocionalmente equilibrados. Les otorgamos seguridad y autoestima, sólidos cimientos para afrontar sus nuevas experiencias, desarrollarse en armonía y ser felices.

(Artículo publicado en la revista "EL MUEBLE" - Especial nº 8 NIÑOS)

Enrique Blay, Dpdo. en Psicología del Desarrollo

"ARA- Psicología / Psico-emocional" www.ara-terapia.com

Centro asociado a la Plataforma Pro Derechos del Nacimiento

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domingo, marzo 18, 2007

Lactancia: Alimento nutriente- Alimento Afectivo

Un bebé nace a los más o menos nueve meses de gestación y parece que esté totalmente formado. Sin embargo, en un aspecto crucial, no está preparado para el mundo. Su cerebro no está, ni mucho menos, plenamente desarrollado. Si tuviera que esperar hasta entonces, tendría que pasar otros doce meses en el útero. Hay una razón muy sencilla por la que no puede quedarse tanto tiempo. Para nacer, el bebé tiene que pasar por en medio de la pelvis. Si pasara más tiempo en el útero su cabeza sería demasiado grande para pasar. Así que, si el bebé quiere salir al mundo, tiene que hacerlo ahora, esté preparado su cerebro o no.

De hecho, en el cerebro del bebé, se van a construir alrededor de 1.000 millones de conexiones neuronales hasta los tres años de edad. La calidad y efectividad de estas conexiones dependen básicamente de dos factores: el alimento nutriente y el alimento afectivo. El alimento nutriente aporta las sustancias necesarias -proteínas, hidratos, grasas, vitaminas, minerales, etc.- para la construcción y desarrollo orgánico. El alimento afectivo –cariño, protección, atención, contacto, etc.- satisface todas sus necesidades psicoemocionales. Tan importante un alimento como el otro, tal como, lamentablemente, se ha podido comprobar en guarderías chinas o rumanas, entre otras, en que los bebés reciben suficiente alimento nutriente pero ningún alimento afectivo ya que no son abrazados, ni besados, ni atendido su llanto o simplemente cogidos en brazos. Sus retrasos psicomotrices, las patologías psicológicas o incluso la muerte, son las consecuencias.

Tenemos tres preciosas herramientas para ofrecer alimento afectivo a nuestro hijos. Herramientas que responden a las necesidades afectivas del bebé, producto de su especial forma de percepción: la percepción emocional. Estas herramientas son:

1- El colecho

2- La atención del llanto

3- La lactancia

El colecho, entendido como el acto de dormir juntos padres y bebé, en la misma cama o en otra a su lado, cubre la necesidad del bebé de sentirse seguro, protegido, acompañado, atendido. Tal cómo el Dr. Carlos González apunta en su libro “Bésame mucho”, es normal que los bebés se despierten por la noche cada dos o tres horas, debido al instinto ancestral que permanece en el ser humano, como buen mamífero que es. Este instinto es fruto del hábito de las crías de mamífero, que en medio de la sabana o de la jungla, necesitan de la protección de su madre, especialmente por la noche, en que los depredadores tienen la costumbre de salir a cenar. La cría, por ejemplo de una gacela, va despertándose periódicamente. Gime y si nota la presencia de su madre se vuelve a dormir. Si no está su madre sube el tono en intensidad para reclamar su protectora presencia. Evidentemente, por puro proceso evolutivo, han sobrevivido las crías que seguían este proceso de alarma, las otras, eran cena segura para sus depredadores. Además de este componente antropológico, el ser humano, por sus propias características de desarrollo y perceptivas tiene unas grandes necesidades de afecto, incluidas las de la noche. Es necesario nombrar aquí un método perfecto para negar esas necesidades afectivas y hacer sufrir a los bebés y niños, que por desgracia ha tenido gran resonancia mediática. El método del Dr. Estivill. Método cruel con el bebé o niño, ignorante de sus necesidades de alimento afetivo, de las secuelas psicológicas que puede producir y sin ninguna base científica tal como la psicóloga Rosa Jové, en su libro “Dormir sin lágrimas”, demuestra más que suficientemente.

La atención del llanto parte de la indudable premisa de que si un bebé llora es por algo. Porque tiene hambre, porque se encuentra mal o porque expresa emociones. ¿Dudaríamos en alimentar a nuestro hijo si tiene hambre? ¿Nos pensaríamos procurarle medicamentos o asistencia médica si se encuentra enfermo? ¿Porqué nos vamos a resistir a satisfacer sus necesidades emocionales? Emociones presentes o pasadas, como pueden ser las de su nacimiento, que aún tiene que procesar. Atender el llanto significa satisfacer sus demandas, significa otorgarle seguridad, confianza, apoyo. La atención del llanto es el inicio de la escucha emocional a nuestros hijos, que debe acompañarnos en toda su crianza y educación. La escucha emocional es fundamental para asentar y desarrollar el imprescindible vínculo afectivo entre padres e hijos, base de un desarrollo psicoemocional en armonía.

La lactancia satisface tanto las necesidades de alimento nutriente como las de alimento afectivo. Es un acto de amor en que la madre entrega tanto su cuerpo (leche materna, piel a piel, mirada, caricias, olor, palabras suaves), como sus sentimientos (afecto, protección, amor). Siempre hay que apuntar, para las madres que no pueden dar lactancia, aún deseándolo, en general por un problema de entorno del parto que dificulta su inicio o por mal asesoramiento en las formas (de ahí el gran trabajo de las Asociaciones de Lactancia en el apoyo y asesoramiento a las madres), que también un biberón dado con amor, es un buen alimento afectivo. Eso sí, siempre debe priorizarse la lactancia, al fin y al cabo es la herramienta más perfecta que nos ofrece la naturaleza para alimentar, en todos los sentidos, a nuestros bebés (y además es gratis).

Uno de los factores que más dificulta la lactancia a demanda y prolongada, en la mujer que trabaja fuera de casa, es la incorporación al trabajo después del, a todas luces, insuficiente permiso por maternidad. Otro factor es el poco apoyo que, generalmente, encuentra la madre en los pediatras desconocedores del proceso de la lactancia, tanto en formas, como en el particular desarrollo del bebé lactante. Y por último la incomprensión social (familiares, amigos, entorno laboral y sociedad en general) que critican y “machacan” a las madres que optan por la lactancia a demanda y prolongada en el tiempo, igual que pasa con el colecho y con la atención del llanto. Cómo una madre practique el colecho, la lactancia y atienda el llanto de su bebé, tiene asegurados augurios nefastos que le garantizarán un hijo inseguro, dependiente de sus padres y desgraciado para el resto de su vida. Y mira por dónde la experiencia nos demuestra todo lo contrario. Un bebé, un niño, atendido en sus necesidades emocionales, es un niño, que en su proceso de desarrollo natural (no cuando a nosotros nos convenga) adquirirá seguridad. Seguridad que le permitirá abrirse al mundo con confianza e independencia. Es un niño que se sentirá amado y por lo tanto tendrá autoestima. Autoestima que le permitirá afrontar las dificultades en su camino. Es un niño que desarrollará una gran inteligencia emocional, definida como la capacidad de ser feliz, de no dejarse dominar por la adversidad, de elegir tu vida y establecer relaciones armoniosas con los demás. ¿Quién no desearía algo semejante para sus hijos? Pues es muy fácil, simplemente hay que amarlos (alimento afectivo) y que ellos lo sientan así.

Toda mujer y todo hombre han sido una vez niños y en la medida en que ese niño se sintió amado, así se ama ahora a sí mismo, a los demás, al Mundo y al Universo entero. Quien ama a un niño, siembra amor para el futuro.”

Enrique Blay

Enrique Blay, Dpdo. en Psicología del Desarrollo - Terapeuta Psico-emocional, en

"ARA- Psicología / Psico-emocional" www.ara-terapia.com

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LA ESCUCHA EMOCIONAL


La dirección que debemos tomar madres y padres en la crianza y educación de nuestros hij@s (utilizo la palabra educación, aunque me gusta mucho más hablar de “acompañar a nuestros hij@s”), no debe perder nunca de vista el que debe ser nuestro principal objetivo: “Amar a nuestros hij@s y que ellos lo sientan así”. Pero una cosa son las palabras y otra los hechos. ¿Porqué es difícil llevar a la práctica este precepto de “amar a nuestros hijos y que ellos lo sientan así”? Básicamente, yo diría, porque amar a nuestros hijos, no es una cuestión de azar, algo con lo que uno tropieza si tiene suerte. Amar a nuestros hijos, igual que amar a otras personas o el amor en general, es un arte. Y todo arte necesita de intención, conocimiento y esfuerzo. Además ya iniciamos el aprendizaje de este arte en nuestra infancia, de nuestros padres. Un aprendizaje no consciente y que seguramente tiene cosas positivas, pero también, seguramente, cosas no tan positivas, que hay que reconocer y reconducir. En lo más profundo de nuestro ser tenemos adherido, oculto, nuestro Patrón familiar. Patrón familiar que de forma automática nos hace repetir algunas conductas con nuestros hij@s, que no son fruto de nuestra intuición, de nuestra sabiduría interior, de nuestro instinto amoroso. Siempre tenemos la facultad de tomar conciencia de él, romperlo y liberar nuestros propios sentimientos. Por último en los adultos prevalece la percepción racional, que para muchas cosas es valiosísima, pero cuando se trata del afecto, de los sentimientos, de las emociones, del amor, es más un obstáculo que una ayuda. Hemos de ser capaces de “elevarnos”, por encima de esa racionalidad, hasta la percepción emocional que prevalece en bebés y niñ@s. Lo que yo intento aportar es una perspectiva del arte de amar a nuestros hijos desde lo que ellos sienten y necesitan a nivel afectivo.

Para que un bebé o un niño se sientan amados necesitamos conocer cuales son sus necesidades afectivas y satisfacerlas. Esto requiere por nuestra parte estar muy atentos a lo que nos muestran nuestros hij@s, especialmente a través de sus expresiones y de su conducta. Cuando el bebé aún no habla su forma más directa de expresar sus necesidades es a través del llanto. Olvidemos esas absurdas ideas que dicen que un bebé llora “para fastidiar”, “por hábito”, “porque nos toma el pelo” y otras como que “si lo coges tanto lo vas a mal acostumbrar”, “déjalo que llore, es bueno para los pulmones”, o lo que es más patético: “Míralo, llora para que lo cojas, no saben nada. Ya se cansará”. ¡Pues claro que llora para que lo cojas! Lo está pidiendo a lágrima viva. ¿Porqué negarle esa necesidad de nuestra atención y afectividad? No olvidemos nunca que:

Siempre que un bebé llora, expresa una necesidad –física o emocional- que hay que satisfacer sin dilación.

Si estas necesidades emocionales que expresa el bebé no son satisfechas, algo se rompe en su interior. Se siente inseguro, desatendido,

Cuando el niño empieza a hablar, está aún muy lejos de poder expresar en palabras sus emociones. Emociones que él ni siquiera comprende en muchas ocasiones. Simplemente le estallan en su interior y las expresa con diferentes conductas. No olvidemos nunca que:

Siempre que un niño mantiene conductas, puntual o reiteradamente exageradas, hay una emoción detrás que hay que descubrir, acompañar y enseñarle a gestionar.

Hemos de ser muy empáticos con nuestros hij@s. Situarnos en su “piel”. Los bebés y niños, con su percepción emocional y subjetiva (interiorizada), todo lo procesan a través de los que sienten. Todo lo convierten en sentimientos, en emociones. Por lo tanto, también todas sus conductas y actitudes son expresión de sus sentimientos y emociones. Los adultos, con nuestra percepción racional, tendemos a “interpretar” esas conductas desde la lógica, la razón, el juicio y la causa-efecto. Situaciones como el negarse a comer, las rabietas, la agresividad, la desobediencia, el fracaso escolar, etc., se convierten en “mal comportamiento”, en algo que está en manos de ellos cambiar.

Y no es así. Estas situaciones esconden detrás emociones que hemos de descubrir, aceptar y mostrarles, con nuestra actitud, cómo darles una salida adecuada.

La “Escucha Emocional” es la herramienta más útil y efectiva para tratar los conflictos emocionales de los niños. Al niño sus emociones le “estallan” en su interior. Aún no saben comprenderlas, controlarlas y gestionarlas. Es indispensable que madres y padres permitamos sus expresiones emocionales, las acompañemos y les mostremos cómo afrontarlas. No podemos ignorarlas, ni negativizarlas (“no hay para tanto”, “ya se te pasará”, “bueno, no te preocupes vamos a jugar”, “te pones insoportable”, “deja de llorar, no te va a servir de nada”, etc.), y mucho menos castigarlos (“vete sólo a tú cuarto hasta que se te pase”, “si no dejas de estar enfadado no iremos al parque”, etc.), y jamás pegarles (ni siquiera bajo la absurda idea de que “una torta de vez en cuando les va bien”).

Toda emoción tiene un significado, una intención. Las descargas emocionales permiten al niño expresar lo que siente, liberarse de las consecuencias de experiencias dolorosas, hacernos llegar sus necesidades. Expresar emociones es curativo. Lo que los niños no saben aún es gestionarlas y menos aún prever sus consecuencias en los demás.

La represión de las emociones, el no acompañarlas o el no mostrarles cómo afrontarlas, es nocivo. Arrastra al niño a toda clase de procesos defensivos, de repeticiones dolorosas, de compulsiones y de síntomas físicos. Provoca en el niño incertidumbre; sentimientos de incomprensión, de separación; de no sentirse valorado; de ser “malo” y por lo tanto rechazado; en pocas palabras: no se siente amado.

Para la práctica de la Escucha Emocional hemos de hacer un gran esfuerzo. Sobre todo porque, seguramente, no la practicaron con nosotros cuando éramos niños. No tenemos referencias de cómo llevarla a cabo. Más bien al contrario. En la educación tradicional es común el uso de la autoridad, del poder de los adultos sobre los niños. Tenemos profundamente arraigadas ideas en este sentido: “Los niños han de obedecer sin rechistar”, “Han de adaptarse siempre a los horarios y ritmos de los adultos”, “Hay que ponerles normas y no permitir nunca que se las salten”, “El adulto siempre manda sobre el niño”, “Tiene que comer lo que se le pone en la mesa”, “Ha de dejar los pañales porque ya es mayor”, “Nunca deben dormir en la cama de los padres”, “No es conveniente la lactancia más allá de los seis meses”, “El castigo es bueno para su educación”, “Una torta de vez en cuando también lo es”, “Los niños son unos caprichosos”, etc.

Hay quién confunde el no usar la autoridad con “dejarles hacer lo que les de la gana” y eso demuestra que no entienden nada de lo que supone la Escucha Emocional. La represión emocional se puede practicar por activa o por pasiva. Por activa a través de la autoridad. Por pasiva a través de la permisividad. Es tan erróneo usar “el mando y ordeno” como el “no pasa nada”. Las dos actitudes no utilizan la Escucha Emocional, que implica indagar en los sentimientos del niño.

Delante de conductas o comportamientos intensos de los niños, podemos hacernos siempre tres preguntas, que nos ayudarán a la práctica de la Escucha Emocional y a resolver los conflictos que se nos presenten:

1- ¿Qué siente?

2- ¿Qué nos quiere decir?

3- ¿Qué quiero transmitirle?

1- ¿Qué siente?

Siente lo que él siente. Percibe sus sentimientos. No escucharles o banalizar lo que nos dicen encierran al niñ@ en su interior. Hemos de esforzarnos en participar de sus sentimientos. El niñ@ tiene que aprender a reconocer sus emociones, en muchas ocasiones incomprensibles para él, que le inquietan y le alteran. Tampoco sabe aún definirlas, expresarlas adecuadamente. Espera de nosotros el reconocimiento de lo que siente. Escucha siempre sus emociones con prioridad y tómatelas en serio. No le preguntes “porqué” llora. Intentará darte una explicación racional, a veces alejada de su dificultad. Es mejor que le acompañes en lo que experimenta y le preguntes: “¿Qué pasa?” o “¿Qué te pone tan triste?”, o incluso “¿De qué tienes miedo”?

2- ¿Qué nos quiere decir?

Cuando los niños crecen, a partir de los dos años van adquiriendo capacidad de expresión a través del lenguaje, pero aún están muy lejos de poder utilizar las palabras para explicar sus sentimientos. Debemos “leerlos” detrás de sus comportamientos y actitudes. Toda expresión emocional tiene un significado, una intención. Si un niño coge una rabieta, su cólera será el síntoma de alguna emoción que le altera. A lo mejor le angustia ir al “cole”, a lo mejor se ha peleado con otro niño o le han reñido, a lo mejor está muy cansado, a lo mejor hecha de menos a su papá, a lo mejor siente celos de su hermanito, a lo mejor… Para él, nuestras reacciones tienen más significado que nuestras palabras. Escuchar, acoger y otorgar validez a los sentimientos de nuestros hijos significa ayudarles a construirse como personas, como individuos emocionalmente equilibrados. Les otorgamos seguridad y autoestima, sólidos cimientos para afrontar sus nuevas experiencias, desarrollarse en armonía y ser felices.

3- ¿Qué quiero transmitirle?

Nuestras reacciones frente a las reacciones de nuestros niños condicionarán sus creencias en sí mismos. Dejar expresar sus emociones y escucharlas. Pero también enseñarles a gestionarlas. Nuestra reacción es su ejemplo. Nuestra forma de actuar será la suya. Nuestros hijos nos escuchan y nos observan. Cada uno de nuestros actos, no sólo hacia él, sino hacia toda persona y situación, le envía un mensaje.

Con frecuencia reaccionamos de forma automática, y haríamos bien en preguntarnos más a menudo lo siguiente: “¿Porqué? ¿Qué me impulsa a decir sí o no a las demandas de mis hijos? ¿Qué es lo que dicta mi actitud?

Un temor frecuente de los padres cuando escuchan una demanda original de su hij@ es que ésta se convierta en un “capricho”. Los caprichos son inventos de los padres. Surgen cuando los padres se embrollan en los juegos de poder. Los juegos de poder los comienzan los padres y no los hij@s. La prueba es que a veces se dice que un bebé puede llegar a dominarte si te dejas someter por él. En realidad el niñ@ depende totalmente de ti y, como es obvio, no tiene capacidad mental para someterte.

¿Tus comportamientos los dictan tu educación, los automatismos cuyo origen desconoces, la evidencia? ¿O la razón? En este caso entiendo por razón no los prejuicios de tus padres o de tu médico de familia, sino tu razonamiento en base a informaciones fiables.

Los bebés y los niñ@s son semillas que contienen todos los ingredietes necesarios para desarrollarse en armonía y ser felices.

Somos los adultos los especialistas en impedirlo.

Enrique Blay


Enrique Blay, Dpdo. en Psicología del Desarrollo

"ARA- Psicología / Psico-emocional" www.ara-terapia.com

Centro asociado a la Plataforma Pro Derechos del Nacimiento

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martes, julio 25, 2006

CONSIDERACIONES SOBRE LA EDUCACIÓN INFANTIL (EL ARTE DE SER M/PADRES)


La palabra “educación” me despierta un cierto desasosiego. Será debido al tipo de educación que recibí o a la que habitualmente observo se aplica actualmente tanto a nivel familiar, como escolar o social.
El diccionario de la lengua española define “educar”, en primer lugar, como: “Dirigir, encaminar, adoctrinar”. ¡Qué miedo! teniendo en cuenta que a su vez “dirigir” se define como: “Enderezar, llevar rectamente algo hacia un término o lugar señalado”, que “encaminar” se define como: “Enseñar a alguien por donde ha de ir, ponerle en camino”, y que “adoctrinar” se define como: “Instruir a alguien en el conocimiento o enseñanzas de una doctrina, inculcarle determinadas ideas o creencias”. Todas estas definiciones me huelen a colegio religioso, a educadores implacables, a padres severos, a educación basada en el ordeno y mando, a sociedades controladoras del individuo. Huelen a falta de respeto y de libertad.
Es considerar al niño como alguien que debe ser “enderezado”, llevado por “el buen camino”, con “fe ciega y obediencia absoluta” al adulto.
El niño es una semilla que contiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un adulto en armonía. Solo hace falta dejar que se desarrolle (y los adultos somos especialistas en impedirlo).
Esa semilla necesita de una fértil tierra donde arraigar sus raíces. Raíces ubicadas en la gestación, en el nacimiento y fortalecidas en los años posteriores, necesitados de un entorno amoroso (tierra fértil), creador del vínculo afectivo, verdadero nutriente de la semilla humana.
Hablar de educación es, bajo esta perspectiva, hablar de afecto, de respeto, de comunicación emocional, de AMOR. Es hablar de la “buena educación”.
Todo agricultor conoce lo referente al cuidado de la semilla de la que quiere obtener su fruto. No espera que de una semilla de limonero salga un árbol que le de manzanas. No trata de la misma manera una semilla, que un brote o que un pequeño arbolito. Sabe del tiempo necesario para el crecimiento del árbol hasta producir sus frutos. Lo único que hace es acompañar su crecimiento, cuidándolo, protegiéndolo. Con toda la paciencia y cariño del mundo. No hay más, entonces, que esperar que la naturaleza siga su curso.
Sobre los cuidados de la semilla humana se han planteado métodos, marcado directrices, de todo tipo y color. Se han escrito manuales y libros hasta la saciedad, de los que la mayoría para poco han servido. Sólo hay que contemplar el camino del ser humano a lo largo de su historia. Todo bastante inútil porque se han escrito por adultos y para adultos, sin tener en cuenta que los bebés y niños no son adultos en miniatura sino más bien al revés: los adultos son bebés y niños que han crecido.
Los objetivos planteados para la educación han sido generalmente encaminados a hacer de los niños unos hombres y mujeres “de bien”, claro está, según lo que cada cultura, cada sociedad, cada madre o padre interpretan lo que significa “de bien”.
Y digo yo ¿no sería más natural intentar que los bebés y niños se conviertan en hombres y mujeres felices, y además habiendo sido a su vez bebés y niños felices?
Eso sólo es posible amándolos y sobre todo que ellos lo sientan así. Amar es conocer y satisfacer las necesidades afectivas del otro. Para conocer cuáles son esas necesidades, en el bebé y en el niño, hemos de comprender cómo siente, qué le daña o beneficia a nivel emocional, qué consecuencias tiene todo ello en su futuro y actuar en consecuencia.

Las Etapas de Percepción

Desde que un ser humano es concebido, igual que su cuerpo físico va a atravesar diversas etapas de evolución en sus capacidades psicomotrices (succionar, reír, llorar, gatear, hablar, andar, etc.), también sus formas de percepción van a evolucionar. Básicamente podemos hablar de una percepción emocional que prevalece desde la concepción hasta los 12 / 14 años (con una intensidad inversamente proporcional a la edad) y de una percepción racional que domina a partir de esos años (con una intensidad directamente proporcional desde los dos años de edad).
Desde la concepción hasta los, más o menos, dos años después del nacimiento, la percepción podríamos calificarla de “altamente” emocional y es, a partir de esa edad –época preverbal- donde el niño empieza (¡Ojo! EMPIEZA) el desarrollo de sus capacidades de percepción racional. Es evidente que no es lo mismo hablar de un bebé de tres meses, que de un año, que de dos, de tres, de cuatro, etc. La diferencia está precisamente en la evolución de sus capacidades perceptivas y de sus experiencias vitales (aprendizaje).



Por lo tanto podemos plantearnos la educación en base a dos pilares fundamentales:

1- Las diferentes etapas de percepción.
2- La individualidad de cada bebé o niño.

1- Las diferentes etapas de percepción: tenemos, como tiempos claramente diferenciados, la gestación, los dos primeros años desde el nacimiento y el nacimiento en sí, que por su importante carga emocional es un hecho de una gran repercusión en la vida de las personas. A partir de aquí la infancia, hasta llegar a la adolescencia.
De cómo percibe y siente el bebé, de sus necesidades afectivas durante la gestación, el nacimiento y sus primeros años de vida lo expondré en otro artículo.
Como hemos visto, durante la infancia prevalece la percepción emocional, que es lo contrario de la percepción racional.

2- La individualidad de cada bebé o niño: que cada niño es diferente que nos lo digan a los que tenemos más de un hijo. Son diferentes porque heredan una carga genética particular (con predisposición a una determinada conducta), pero sobre todo son diferentes porque cada uno ha experimentado una gestación y un nacimiento particulares. Nunca, aunque la madre sea la misma, un embarazo y el nacimiento serán igual a otro, y ambos imprimen una huella única en cada bebé. También podemos plantearnos, además, una perspectiva espiritual, en la que cada bebé trae consigo un bagaje, una misión, un aprendizaje en particular. Sea como sea, cada bebé / niño es, en sí mismo, único, especial, y como tal hay que tratarlo.

Tipos de Educación

Hagamos un ejercicio de viaje al pasado y recordemos cómo nos educaron nuestros padres. Los hechos que nos hicieron felices y los que nos hicieron sufrir. Lo que necesitábamos y no nos dieron. Hay que tomar conciencia de todo ello y utilizarlo, junto a nuestro propio criterio y valores, para establecer la forma de educar a nuestros hij@s, siempre sobre la base de que lo prioritario es que se sientan amados. Podemos diferenciar cuatro estilos de educación:

1-Educación Autoritaria: M/Padres autoritarios que imponen normas y esperan obediencia: “No interrumpas, no vuelvas tarde o te castigaré; ¿Porqué?, porque lo digo yo”. Utilizan con frecuencia el castigo y algunos justifican el pegar a los niñ@s como algo necesario y natural.
2-Educación Permisiva: M/Padres permisivos que se someten a los deseos de sus hij@s, les exigen poco y raramente recurren a la discusión o diálogo.
3-Educación negligente: M/Padres negligentes que rechazan a sus hij@s. No están implicados. Esperan poco y no se comprometen.
4-Educación Democrática (o Educación Emocional): M/Padres que son pacientes, respetuosos y cariñosos. Saben escuchar y priorizan la atención de las necesidades emocionales de sus hij@s. Cuando los niñ@s crecen utilizan normas y órdenes, pero también explicando las razones, animándoles a discutir abiertamente y permitiendo excepciones a las normas.

Los niñ@s con mayor autoestima, confianza en sí mismos y competencia social normalmente tienen m/padres cariñosos, preocupados y “democráticos” (m/padres que se comunican con ellos, que establecen normas pero respetan su opinión), capaces de comprender y atender las necesidades afectivas de sus hij@s, de basar la relación en el respeto a su particular proceso evolutivo (los hij@s no deben ser el fruto de nuestras expectativas y deseos).

La Percepción Emocional

La percepción emocional de los niñ@s supone una conciencia abierta al sentimiento. El niñ@, primero, “siente” y por lo tanto vive el momento. “Sentir” es sentir ahora, no lo que sentí ayer o lo que sentiré mañana. Es una percepción opuesta a la racional que prevalece en el adulto, capaz de razonar, evaluar, que le permite calcular las consecuencias de sus actos o entender lo que sucede. En la percepción emocional no valen las palabras, sino los hechos, la carga emocional que representan. Por eso hay que tener especial cuidado en las formas, en el tono de voz, en las expresiones, en los gestos, en la forma en que se actúa. Con los niños hay que ser paciente, demostrar tranquilidad, control, escucharlos. Tener criterio para actuar firmemente cuando haya que hacerlo (por ejemplo si va a hacer algo peligroso para su integridad física o hacer daño a otro niño). Si caemos continuamente en el “no” o en el uso del “porque yo lo digo” o gritamos y nos enfadamos, solo conseguimos un proceso continuo de acción – reacción, además de enseñarle una forma inadecuada de comunicación entre las personas. Un típico ejemplo cuando son más pequeños (o no tanto) es el dormir y el comer, que se convierten en auténticas batallas diarias. Esta es una de las muchas razones por las que el popular método para enseñar a dormir a los niñ@s del Dr. Estivill es un desastre ya que bajo la absurda premisa de que los bebés y niños necesitan aprender a dormir, utiliza un sistema represivo, incluso violento, que se puede calificar, cuanto menos, de tortura psicológica. Se ignoran totalmente las necesidades afectivas del bebé o niño, que giran en torno a sentirse seguros, protegidos, acompañados, atendidos, respetados, amados y se induce a los padres al uso del principio de autoridad, basado en el poder, la fuerza, la imposición, con tal de que el bebé o niño ceda a sus propósitos o deseos.
Esta percepción emocional hace a los niñ@s especialmente sensibles a los impactos emocionales, tanto gratificantes como traumáticos. No hay duda de que lo más gratificante para un niño es sentirse querido, protegido, atendido por sus padres. Y lo más traumático lo contrario, sentirse rechazado, separado, abandonado, desatendido por ellos. Como su percepción es emocional, de poco sirven las palabras: “Te quiero mucho pero…No juego contigo que estoy viendo una peli,…No, no vamos al parque que estoy cansado,…Hoy te quedas con la abuela, que nosotros nos vamos de compras,…Haz tú sólo los deberes que yo tengo otras cosas que hacer,…etc.” Nuestros hij@s nos demandan algo que es lo más difícil para nosotros darles: TIEMPO. Tiempo para jugar, para reír, para hablar, para bañarse juntos, para lo que sea. Y si ese tiempo fuera en tiempo de trabajo sería estupendo: “Oiga jefe, hoy no vengo a trabajar porque me quedo a jugar con mi hij@”. Pero no, el tiempo que les podemos dar es el de nuestro tiempo libre. Nuestro tiempo compartido con ell@s (hechos concretos) es el alimento del vínculo afectivo que nos permite ahora y en el futuro mantener una profunda relación de afecto, de comunicación, de compartir, de unión.
El niño tiene también una inmensa capacidad de aprendizaje por observación. El niño observa e imita el comportamiento de los demás, la forma de dialogar, de expresarse. Si se le abraza y besa, será cariñoso; si se le grita o pega, será agresivo; si se dialoga, él será comunicativo; si se le atiende y protege, él se sentirá seguro; si se le respeta, él será tolerante. Si se le ama; él se amará a si mismo y será capaz de amar a los demás. Y hablo de un amor interdependiente, no posesivo, ni autoritario, ni impositivo, ni absorbente. Un amor respetuoso que le acompaña en su crecimiento.

De la teoría a la práctica

Como normalmente pasa, una cosa es la teoría y otra la práctica. Aún teniendo conciencia de las necesidades afectivas de nuestros hij@s, aún queriendo atenderlas lo máximo posible, nos encontramos con diversas dificultades: personales, familiares, laborales y sociales.
- Personales: Amar a un hij@ es el amor más puro. No siempre estamos preparados para ejercerlo en todas sus consecuencias, con toda la generosidad que conlleva. Hemos de ser capaces de liberar todo nuestro potencial afectivo, toda nuestra sensibilidad, todas nuestras mejores virtudes.
- Familiares: Arrastramos unos patrones familiares que hay que conservar en lo positivo y rectificar en lo negativo. Esos hechos de nuestra infancia que nos gratificaron y que podemos revivir con nuestros hij@s y esos otros que nos dañaron y debemos evitar.
- Laborales: El gran problema de la conciliación familiar en el trabajo. Poca consideración tienen aún las leyes con las madres tanto durante la gestación como con los primeros años de vida del bebé (que dificultan enormemente la relación madre – hij@, la lactancia, la cercanía y contacto continuado) y con los horarios laborales de las madres y padres en el día a día con los niñ@s.
- Sociales: Igual que hay patrones familiares, también los hay sociales, que menosprecian la relación afectiva con los niñ@s, criticando el colecho, la lactancia, los brazos y besos, el diálogo, la dedicación a ell@s. La educación escolar está masificada, enfocada al pensamiento racional, dirigida al aprendizaje por memoria, ciega a la creatividad y aún más a la inteligencia emocional.
Cada madre, cada padre, cada familia, tiene sus condiciones particulares que les pueden limitar en sus posibilidades de atención a sus hij@s. Sin embargo, todos podemos seguir una dirección adecuada en la relación con nuestros hij@s si no perdemos de vista unas referencias básicas:

1- El niñ@ tiene una percepción emocional: Percepción basada en hechos concretos, es decir, abrazos, besos, juegos, compañía, actividades juntos. El tiempo que les dediquemos y cómo se lo dediquemos marcará la calidad del vínculo afectivo.
2- Tal como actuemos nosotros con ell@s, así lo harán ell@s con nosotros y con los demás. Debemos ser un “ejemplo” con nuestra actitud, nuestras palabras, nuestras expresiones. Es tiempo de paciencia, suavidad, escucha, respeto, sensibilidad abierta a sus necesidades afectivas.
3- Escoger la guardería (si no hay más remedio que utilizarla) y el colegio lo más próximo posibles a una educación respetuosa con los bebés y niñ@s. Una guardería en que se atienda el llanto, se abraze, se juegue, se comprendan las necesidades afectivas de los bebés. Una escuela en que no se utilize la represión, el castigo, la autoridad como métodos educativos. Que permita a los niñ@s expresarse, dialogar. Que valore a cada niñ@ en sus capacidades, aptitudes y logros (y no precisamente con exámenes y notas que juzgan y castigan), dejando ante todo que el niñ@ desarrolle su creatividad, que aprenda disfrutando.
4- Tener un hij@ es la más maravillosa de las experiencias y vale la pena vivirla en toda su intensidad, con todos nuestros sentidos abiertos, con toda su carga emocional. En ellos podemos encontrar sabiduría, inocencia, confianza, generosidad, amor puro. Son, si uno quiere, auténticos Maestros en nuestra vida, libros abiertos en los que aprender, espejos de nuestras virtudes y de nuestras carencias, compañeros alegres en nuestro camino, receptores incansables e insaciables de todo el amor que seamos capaces de darles.

No hay duda de que nadie nos ha enseñado a ser madres y padres, pero quizás no haga falta. Si acaso liberarse de falsos conceptos y demás barreras mentales tomando conciencia de la gran responsabilidad pero también de la gran oportunidad que supone ser m/padres. Quizás el arte de ser m/padres se trate simplemente de amar a nuestros hij@s como nunca hemos amado a nadie.



“Toda mujer y todo hombre han sido una vez niñ@s y en la medida en que ese niñ@ se sintió amado, así se ama ahora a si mismo, a los demás, al Mundo y al Universo entero. Quien ama a un niñ@, siembra amor para el futuro.”
Enrique Blay


Enrique Blay, Dpdo. en Psicología del Desarrollo

"ARA- Psicología / Psico-emocional" www.ara-terapia.com

Centro asociado a la Plataforma Pro Derechos del Nacimiento

www.pangea.org/pdn/plataforma.html









HOMBRES, ¿MEROS ACOMPAÑANTES EN LA GESTACIÓN Y NACIMIENTO DE LOS HIJ@S?


Tengo dos hijos, Lidia y David, actualmente con 22 y 18 años de edad respectivamente (¡Cómo pasa el tiempo!). Cuando mi mujer quedó embarazada de Lidia intenté informarme de todo lo relativo a la gestación, nacimiento y primera infancia. Devoré revistas, libros y todo lo que cayera en mis manos sobre el tema. Quería vivir una paternidad consciente, “hacerlo bien”. Todo lo que leía describía con todo detalle los cambios fisiológicos de la madre y del bebé en su desarrollo intrauterino; el proceso del nacimiento con las diferentes técnicas con las que solventar posibles problemas; los primeros cuidados. Pero yo sentía la necesidad de ser partícipe en este proceso, no un mero espectador. El contacto afectivo con mi mujer, cuidarla y mimarla, estar atento a sus necesidades y estados de ánimo, era una forma de sentirme implicado en su embarazo. Pero ¿y el bebé?. Por pura intuición o instinto o misteriosa necesidad, cada día colocaba mis manos en su vientre y hablaba con mi hija, la acariciaba, la besaba. Esa cercanía, ese contacto con mi hija y años después con mi hijo, mantenido durante la infancia, nos ha dado el mejor de los frutos: un vínculo afectivo que nos permite crecer juntos, comunicarnos, transmitirnos afecto y cariño, en una palabra: amarnos.
Me viene a la mente un amigo mío, muy bien considerado en la empresa donde trabaja debido a los grandes resultados productivos que obtenía año tras año. Ello gracias a que su jornada laboral no tenía fin, incluyendo algunos sábados. Un día le pregunté porqué dedicaba tanto tiempo al trabajo, alargando la jornada laboral cada día hasta la noche. Me dijo que de esta forma, cuando llegaba a casa, sus dos hijos (por entonces de 8 y 4 años de edad) ya estaban bañados, cenados, con el pijama puesto y listos para ir a dormir. Mi amigo me produjo una honda tristeza. Estaba desperdiciando una de las experiencias más maravillosas y gratificantes del ser humano: ser padres. No pudo disfrutar de bañar a sus hijos, cambiarlos, darles de comer, jugar con ellos, leerles un cuento. Pero lo que es peor por sus consecuencias futuras para sus hijos, no creó un vínculo afectivo con ellos, no les enseñó, ni aprendió de ellos, no fue capaz de ser PADRE. Porque ser padre no es dejar embarazada a una mujer, aportar el dinero necesario para su manutención, delegar en ella todas las funciones afectivas y de cuidado y acabar siendo una figura autoritaria, dura, alejada de todo sentimiento o contacto afectivo. Claro, los niños crecen y llega la adolescencia, entonces surgen las quejas por parte del padre: ¡No nos entendemos, no me hace caso, no me cuenta nada, va a su rollo, no quiere salir conmigo, es un rebelde, no sé qué hacer con él,.........! ¿Y qué se podía esperar?.
Los hombres, los padres, podemos y debemos participar en el desarrollo de nuestros hijos desde el mismo momento en que la madre se sabe embarazada. Por dos razones. Una porque como padres disfrutaremos y nos enriqueceremos y otra porque estaremos poniendo las bases, los cimientos, de la estructura psicoemocional de nuestro hijo, otorgándole una gran estabilidad y armonía emocional que le acompañará el resto de su vida, que serán las raíces fuertes y sanas, sustento del árbol adulto en que se convertirá.
No hay ninguna duda, después de muchos años de escuchar los relatos de pacientes a través de la Terapia ARA Psico-emocional (se les lleva a la vivenciación -ver y sentir- de su gestación y nacimiento), se demuestra lo que la propia base teórica y experimental de la Terapia, en cuanto a los diferentes estados perceptivos por los que atravesamos desde nuestra concepción ya apuntaba, que la época más fundamental en la biografía del ser humano es la de su gestación y nacimiento. Era inimaginable para mí, la capacidad perceptiva, sobre todo emocional, de un bebé dentro de su madre, hasta el punto que posee lo que hemos denominado “Percepción Extrauterina”, que es su capacidad de focalizar su conciencia fuera de su madre, de percibir, de ver, todo lo que sucede en el exterior del útero. Ello hace que a parte del papel fundamental de la madre, con quién está en total simbiosis, sea también fundamental el papel del padre, tanto en conseguir para la madre un nivel afectivo, de comprensión, de tranquilidad adecuados, como para iniciar el vínculo afectivo con nuestro hijo, a través de nuestras palabras, nuestro contacto, e incluso nuestros actos. De esta forma se nos otorga, si queremos aceptarlo, un papel participativo, no de mero acompañante, en la gestación y nacimiento de nuestros hijos.
Y hablando del nacimiento, debemos luchar para poder traer al mundo a nuestros hijos de la forma que consideremos mejor, dándonos la oportunidad de optar por nacimientos naturales, rodeados del ambiente adecuado y respetando nuestras decisiones. (Aquí sí que vale la pena ser un padre autoritario).
Todas las personas –mujeres, hombres, madres, padres, comadronas, enfermeras, médicos, terapeutas, docentes, etc.- sabedores de la importancia de la gestación y el nacimiento para el futuro del bebé (que es lo mismo que decir para el futuro de la humanidad) no deberíamos escatimar esfuerzos para concienciar a la mayor gente posible de esta realidad.
A quién no tenga conciencia de ello deberíamos procurar abrírsela. (Eso sí, con todo el cariño y paciencia del mundo).
A quién tiene conciencia, dotarle del conocimiento y herramientas necesarias para llevarla cabo.

Conclusión: Pese a que los hombres no llevemos nuestros hijos dentro de nosotros (lo cual me da auténtica y sana envidia de las mujeres) NOSOTROS TAMBIÉN DESEMPEÑAMOS UN PAPEL FUNDAMENTAL, TAMBIÉN PODEMOS VIVIR LA GESTACIÓN Y EL NACIMIENTO EN TODA SU INTENSIDAD. SER PARTÍCIPES DEL MILAGRO DE UNA NUEVA VIDA. NO LO DESAPROVECHEMOS.

Quizás fruto de mi frustración de no poder quedar embarazado, quizás de mi especial sensibilidad ante los más inocentes y desvalidos: los niños y los animales (a los primeros me los como a besos y a los segundos no me los como), quizás de la concienciación de la importancia de la gestación y nacimiento, quizás después de haber escuchado a mis pacientes relatar dramáticamente sus experiencias traumáticas de gestación y nacimiento y comprobar sus consecuencias en su infancia y vida de adulto, quizás...¡que más da!. La realidad es que debía actuarse de forma preventiva, mirar de evitar ese sufrimiento que por desgracia supone a veces la gestación y más frecuentemente el nacimiento. Y no estoy hablando sólo de un sufrimiento físico, sino, lo que es más importante, de un sufrimiento emocional. El bebé tiene una percepción abierta a todos los impactos, especialmente a los emotivos procedentes de la madre con la que mantiene una simbiosis total. Y esa simbiosis no significa que el cerebro del bebé sea el de la madre, sino la existencia de dos cerebros, cada uno de ellos con capacidad para recibir y almacenar información. Siendo el bebé básicamente receptivo, con una receptividad subjetiva, puramente emocional. que globaliza todo impacto como si el impacto fuera él. Así el bebé escribe en su sistema nervioso, en sus células, en su cuerpo todo, cuando emotivamente la madre lleva escrito y cuanto la madre va escribiendo en su mente. Tal como lo define el investigador Joaquín Grau: “Madre: en tú útero escribes el futuro de tú hijo”. La forma preventiva de que hablo trata de concienciar a los padres de ello, especialmente a la madre, que por el hecho de llevar a su hijo en el vientre, está en continuo contacto con él. A través de Talleres, donde se transmite este conocimiento y se dan las directrices prácticas para afrontar estas etapas y de sesiones individuales con la madre gestante (a la que puede asistir y participar el padre) se trabaja la comunicación con el bebé, llegando a unos estados de conciencia que permiten transmitirle todo el afecto, cariño, protección, preparar el nacimiento y crear ese vínculo afectivo necesario para su armónico y equilibrado desarrollo psicoemocional. Es asombrosa la comunicación que se establece entre ambos, emocionante para todos, incluído el terapeuta. La madre y el padre viven una gestación y un nacimiento participativos, responsable, que les permite vivir la experiencia de una forma plena. Y yo disfruto de una gestación tras otra.

Enrique Blay, Dpdo. en Psicología del Desarrollo

"ARA- Psicología / Psico-emocional" www.ara-terapia.com

Centro asociado a la Plataforma Pro Derechos del Nacimiento

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